06 octubre 2009

Capítulo 19: Primeros movimientos

Un grito desde la lejana garita informó al centinela de que era casi medianoche, y que en diez minutos sería relevado. "Menos mal" pensó el joven. La larga guardia de seis horas había pasado factura, y prácticamente se dormía sobre la muralla que Thigpen había edificado a toda prisa para proteger sus fronteras con Meridia. "Hay que reconocer que han hecho un magnífico trabajo disponiendo de muy poco tiempo", reflexionó el centinela. La muralla era elevada, sólida, de piedra traída de las canteras del rey y de varios metros de grosor. La parte superior estaba almenada y poseía puertas de madera reforzadas en hierro para el acceso.
Se esforzó por permanecer alerta. En cualquier momento podía caer sobre ellos la primera oleada del ejército de Murgon, que finalmente se hubiese decidido a entablar combate. Agradeció la luna llena, que, sobre su manto de estrellas, se recortaba luminosa sobre el cielo oscuro y le permitiría ver cualquier movimiento en el horizonte.
De súbito, una nube cubrió la luna y el paisaje se oscureció ostensiblemente. El joven centinela se despabiló ligeramente y torció el gesto. En la oscuridad, le pareció percibir un ligero movimiento en un bosquecillo cercano. Se asomó ligeramente sobre la muralla para observar más cuidadosamente, atento a cualquier cosa sospechosa para dar la voz de alarma.
Fue lo último que hizo. Una flecha partió silenciosa desde los árboles y el ruido del cuerpo cayendo al pie de la muralla sólo fue escuchado por las piedras, que no podían dar la alarma, que no podían gritar que la primera víctima de la guerra había sido elestina.

El asalto fue rápido y concentrado. Una tropa reducida, apenas unos veinte hombres, escaló con garfios las murallas y, amparados en el silencio y la sorpresa, eliminó a los guardias de un sector de la frontera.
Con el terreno despejado, una nutrida partida de soldados meridios se dirigió a la muralla que había quedado indefensa, donde encontraron las puertas abiertas y la frontera vacía.
Avanzaron sin encontrar oposición durante unos diez minutos, penetrando territorio elestino varios kilómetros hacia el interior, sintiéndose cada vez más eufóricos y confiados por el éxito de la operación. Cuando hubieron alcanzado suficiente distancia con respecto a la muralla, hicieron un alto y enviaron una paloma mensajera para informar del éxito de la incursión. Apenas el ave hubo partido la compañía se vio súbitamente rodeada por un número muy superior de soldados elestinos, alertados del ataque por la falta de respuesta a la hora del cambio de guardia.
Resultó que los mandos de Elestia habían decidido, con muy buen criterio, permitir a los meridios avanzar para comprobar que no recibieran refuerzos y tenderles una emboscada. El mensaje enviado resultó un regalo inesperado, ya que nada podía ser más conveniente que tener vigilada una zona que el enemigo creía desprotegida. La incursión de esa noche costó a los meridios toda la escuadra de asalto, cuyos veinte miembros murieron sorprendidos por los refuerzos elestinos, así como toda la compañía que penetró en Elestia, que fue capturada al completo, conformando el primer grupo de prisioneros de la Guerra de los Cuatro Reinos.

Sin embargo, no fue ése el único intento de penetrar en Elestia realizado en aquella noche. Aunque finalmente todas las incursiones fueron rechazadas, no todos los grupos fueron acorralados con la misma facilidad, y la superioridad numérica de los meridios en algunos casos causó tantas bajas a los elestinos como los hombres que habían perdido los meridios.
Las piezas estaban sobre el tablero. Y los grandes estrategas comenzaban a moverlas.

Mientras tanto, La Familia había enfocado su esfuerzo hacia otros ámbitos. J.R., tras conocer las verdaderas intenciones detrás de la guerra no perdió tiempo y, además de informar con urgencia mediante un mensaje cifrado a los restantes miembros del grupo, consiguió infiltrarse en los archivos de Burgo de Murgon y encontró el documento al que se había referido Zoir. En él aparecía una descripción de la piedra Ëule, acompañada de un dibujo, de modo que La Familia se dirigió a la mina con la intención de obtener algunos fragmentos de piedra Ëule y hacerse una idea de su potencial. Allí les llegaron las noticias del inicio de la guerra.
- Esto va a ser una carrera - comentó Taku -. Veremos quién es más veloz, si ellos penetrando las defensas elestinas o nosotros encontrando piedra Ëule. Si vencen en la muralla, prácticamente sólo podremos frenarlos en Burgo de Thigpen. Pero si conseguimos armarnos con la piedra... nosotros ocho seremos capaces de frenar a todo su ejército, si realmente multiplica nuestros poderes...
- Sin duda - respondió Aka -, así que debemos apresurarnos. Amigos... ¡a excavar!

05 octubre 2009

Capítulo 18: Estamos en guerra

Unos meses habían pasado, y la amenaza de la guerra se había hecho más y más patente con el transcurrir de los días. Se respiraba en el ambiente. Los señores feudales habían aumentado los impuestos, los soldados se ejercitaban a diario y el buen humor había desaparecido paulatinamente de todos los habitantes elestinos, que veían que la guerra se les echaba encima.
Finalmente, ocurrió. Una noche de otoño, cuando el viento se hiela y las sombras parecen llegar más lejos, una solitaria antorcha titilaba a lo lejos señalando un edificio de madera entre los demás. Allí se dirigió Aixa, al galope, con grandes voces:
- ¡Ha comenzado! ¡Ha comenzado!
Sus voces atrajeron a la desierta callejuela la atención de muchos vecinos, además de la de los seis restantes miembros de La Familia, que se había asentado en Burgo de Thigpen, en uno de los suburbios cercanos a la catedral, y que esperaban ansiosos las nuevas noticias. Sus voces armaron una confusa amalgama de sonidos mientras ella entraba en la vieja casa de madera:
- ¿Qué pasó?
- Cuéntanos, Aixa.
-¿Por qué gritas?
- ¡Callaos! - la voz de Aka se elevó, terminante, sobre los demás - Por favor, Aixa, dinos qué noticias traes.
Aixa respiró profundamente mientras contaba mentalmente hasta diez para tranquilizarse y ordenar sus ideas, y comenzó a hablar.
- Murgon se ha movido por fin. Ha enviado un mensajero quejándose de una vieja ofensa totalmente olvidada y sus tropas han comenzado a organizarse para penetrar las fronteras elestias. ¡La guerra llama a nuestras puertas!
- Pues habrá que salir a ver quién es... ¿no os parece? - contestó Aka con un guiño - Aparte de esto... ¿ha tomado Randa alguna decisión?
- No, todavía no ha dicho nada públicamente. Pero los indicios parecen apuntar a que finalmente se aliará con Oestia y Meridia. Querrá parte de los beneficios que reportará la mina, sin duda...
-¿Y qué vamos a hacer?
- Eso no cambia nada - dijo con seguridad Neko -. Decidimos prestar nuestro apoyo a Elestia ya que, pese a que Thigpen no se merece nuestra ayuda, nuestros compatriotas no van a sufrir por nuestra inacción.
- Además - sonrió Taku - es justo que Randa se ponga de parte de Meridia... si nosotros tenemos a lady Katsa y su consejo de la nuestra.
-¿Y cómo estás tan seguro de que lady Katsa nos ayudará? - interrogó Lía.
- Katsa es una buena persona. No se quedará cruzada de brazos mientras la gente muere por la avaricia de los reyes. Además, yo diría que la oferta de ayuda que le hice en su día no cayó en saco roto... Mi opinión es que las fuerzas están equilibradas. Ellos son más numerosos pero nosotros contamos con todas las características para una buena guerra de guerrillas que los desgaste.

A muchos kilómetros de allí, en la sala del trono, Murgon desalojaba a todos los presentes para atender a un misterioso individuo, ataviado con una capa andrajosa que a duras penas le tapaba el cuerpo, pero que despedía la intangible sensación del hombre acostumbrado al poder, a mandar y ser obedecido.
Nada más quedarse solos, el rey agachó la cabeza y saludó con humildad al recién llegado, que hizo un gesto displicente con la mano, dando a entender que quería saltarse todo protocolo. Murgon tomó entonces la palabra:
- Maestro Zoir... es un placer veros de nuevo por aquí.
- ¿Cómo avanzan los preparativos para la guerra, Murgon? ¿Va todo como te encomendé?
- Sí, maestro. Mis tropas están ultimando los detalles para penetrar por fin en territorio elestino. Pronto la mina, y la Piedra Ëule, estarán en nuestras manos.
- Bien. No quiero retrasos. ¿Ese inútil de Birn te ha enviado los hombres que prometió?
- Sí, maestro. No se atrevería a contrariar nuestro pacto. Al fin y al cabo, tiene mucho hierro que ganar...
Las risas de los dos hombres se multiplicaron con el eco de la vacía cámara. En ese momento el hombre que Murgon había llamado maestro Zoir se retiró la capucha y, como siempre, el rey meridio tuvo que reprimir un escalofrío. Su piel era extremadamente pálida, como si llevase años sin ver la luz del sol (como probablemente sucedía), su pelo alternaba zonas de calvicie absoluta con lugares donde crecían dispersas matas de débiles cabellos de un negro desvaído y sus ojos... sus ojos concentraban todo lo inquietante de su persona en su mirada. Uno rojo y otro negro revelaban su condición de graceling... una de esas personas de las que se piensa que no debería haber sido tocado por la gracia.
- ¿Te estremeces, Murgon? Sé que mi aspecto físico te causa repulsión, pero no te quejaste cuando aparecí hace unos meses anunciando que en tus propios archivos se hallaba un documento que te permitiría dominar los cinco reinos. Sin mí, no conocerías la existencia de la piedra Ëule.
- Una piedra capaz de multiplicar el poder de un graceling... con ellas mis soldados tocados por la gracia serán invencibles, y me apoderaré de todo el continente. ¡Nada podrá pararme!
- Sin embargo, aunque los archivos sugerían que las últimas reservas de piedra Ëule se encontraban en la zona noreste del continente, existe la posibilidad de que realmente esté agotado. Quizás la nueva mina no contenga nada de piedra Ëule.
- En todo caso, incluso sólo por el hierro, ya me convendría tener el control de la mina. Pero tanto vos como yo sabemos que la posibilidad de que no quede nada de piedra Ëule en Elestia es escasa. ¡Esa mina contiene la piedra, sin duda!
- Y cuando ostentes el poder absoluto, recuerda nuestro pacto.
- Por supuesto. Todos los graceling de este territorio serán aniquilados. No quedará ni uno excepto vos, maestro.
Murgon y Zoir salieron de la sala del trono, y el eco de sus pasos se perdió en la vacía sala.
Por un momento, todo estuvo en calma. Y, entonces...
J.R. apareció, con el rostro completamente pálido de la impresión por lo que acababa de escuchar.

La Familia

La Familia
Por este orden, J.R., Aka, Taku, Neko, Charly, Lía, Fish y Aixa.